A mi madre que noche a noche llora conmigo, que día a día sufre conmigo.
Esa mujer de la que hoy escribo, que no le importa desvelarse con tal de estar conmigo, esa mujer es mi madre.
Fuente de mi vida, de mis ganas de vivir. Ella me abraza y me besa, me ayuda y sobre todo vive conmigo la vida.
Ella que en ningún momento dudó en darme un amor de madre pendiente de mí en los golpes y tropiezos de la vida.
La hermosa y bella imagen de mi madre la llevo en el corazón en mi pensamiento en mi alma y sobre todo a ella la llevo dentro de mí.
Que con su sufrimiento me enseñó las lecciones de la vida. Me enseñó a caminar, a levantarme si me caigo, a aprender de mis errores.
La armonía de la vida se concentró en tu vientre,
formando mi ser con tu inagotable amor de madre.
Nací bajo el manto de la tierna protección de tus manos,
ayudándome a levantarme de mis caídas con tus sonrisas.
Me acunas con tu melodiosa voz secando con ellas mis lágrimas
y cuando sonrío soy yo, quien seca tus lágrimas de amor.
Para ti, siempre seré única, aquella que creció en tu interior,
la criatura que alimentaste con tu sangre y tus sueños
la hija por quien te sacrificaste vendiendo tus ilusiones
a la vida, a cambio de mi felicidad.
El tiempo sembró en tu cabello hermosas canas
y las arrugas van marcando bellos senderos en tu divina cara.
Madre, que Dios bendiga la inmortalidad de tu alma,
porque yo tu mortal hija solo puedo amarte
entregándote mi corazón forjado por tu sangre.
¡Gracias por darme la vida y hacer de mi un ser especial y digna de ser tu hija!
¡Te amo madre mía!
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