Buscando entre sus escasas posesiones encontró dos monedas y se le ocurrió una genial idea. En el pueblo, las intercambió con un mercader de artículos antiguos quien le dio un viejo baúl. Como pudo, lo trasladó a casa y lo dejó a la vista en el centro de su humilde choza.
Por casualidad uno de sus hijos lo visitó e intrigado le preguntó:
¿Qué guardas ahí?
Un secreto -le contestó- que solamente conocerán tú y tus hermanos el día que muera, pues ahí está toda mi herencia.
Al día siguiente lo enterró debajo de su lecho. Cuál fue su sorpresa que a partir de entonces, un hijo al menos lo visitaba durante el día.
Le llevaban leche y miel y entre los cuatro le mantenían su choza bastante limpia.
Un día de invierno el viejo amaneció muerto; de inmediato los hijos se dieron cita, no tanto para velarlo, por supuesto, sino para conocer a cuánto ascendía su herencia. y cuál fue su sorpresa que una vez desenterrado y abierto el cofre, lo único que encontraron fue un trozo de papel que decía de su puño y letra:
Hijos míos, el auténtico amor no espera, se entrega generosamente sin esperar recompensas.
Mi única herencia es que aprendan a amar; hubiera desea
Los cuatro hermanos al fin comprendieron que un buen padre puede dar la vida por sus hijos pero algunos hijos no le pueden entregar nada en vida a sus padres.
En profunda reflexión y con lágrimas en los ojos, le dieron finalmente una digna sepultura y uno de ellos, cuando arrojó el último puñado de tierra, le despidió diciendo: «Te prometo amar sin esperar, Amén..
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