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martes, 17 de diciembre de 2013

Unas palabras que no te dije hijo....


Hijo mío, te has hecho mayor y ya dejaste el hogar que te vio nacer:

Cuando partiste sentí que se desgarraba mi alma, un oscuro túnel cubría mi mente y los ojos no lograban ver tu rostro claramente por las lágrimas que no podía dejar de derramar.

Unos sollozos fueron oídos y no pude sino darte una bendición que te acompañaría por el resto del tiempo que estarías lejos de mí.

Siempre, desde el inicio te he amado, profundamente.
Te he amado más que a mi carne y piel. He deseado tanto para ti que hubiera querido tener el poder de bajarte cada estrella para alumbrar tu camino, convertir cada uno de tus deseos en una fiel realidad…

Dicen, mi propia madre lo decía siempre, que a los hijos se les ama más que a la vida, y yo lo he hecho así, sólo que hasta ahora no me di cuenta de cuánto te pertenezco y cuánto de mí tienes. Así son las cosas de la vida, tienes que experimentar una pérdida para darte cuenta del gran amor hay en cada corazón.

Como madre, sólo tengo buenos deseos para ti.
Mil recuerdos de tu infancia me invaden, hice de tus retratos mi rincón especial para mirarte, para desde la distancia desearte el mejor día, el mejor momento. Pido a Dios que jamás te falten buenos amigos que te ayuden a sortear los malos ratos, que no te falte una mano que te extienda compañía y un abrazo para que nunca te sientas solo.

Desde que eras un pequeño niño fui una de las madres más egoístas del mundo, hoy me doy cuenta de ello, pues nunca quise compartirte con nada ni nadie, sólo te quería ver sonreír. En mi desmesurado afán de no sentirte lastimado, seguramente cometí excesos, que hoy, gracias a Dios y su generosidad, no han sido decisivos.

Recuerdo a mi propia madre con insólita admiración y una profunda gratitud porque reconozco cuanto me dio, cuanto dejó de ser por mí… y se equivocó, ¡sí, muchas veces!, pero siempre la salvó su intención de buscarme el cielo, la tierra del nunca sufrir. Espero que así puedas verme a mí también.
Una madre siempre quiere lo mejor para su hijo,
aunque le lleve a esar lejos de ella.

Hijo mío, siempre te dije que te amaba. Y siempre te soñé junto a mí. Me puse por promesa fiel que yo te protegería y pondría mi cuerpo y espíritu para arremeter contra las balas que traten de doblegar tu existencia, para defenderte de las innumerables tristezas que la vida te trae, porque nadie, nadie podría darte tanto como esta mujer que te ha amado más que a sí misma.


Hoy, mi hijo del alma,
sabiéndote lejos de mí,
quiero rogar y rogar
para que la vida generosamente se abra para ti,
que cada caída sea sólo un traspié
y que no permanezcas en el suelo
más tiempo del necesario.


Te deseo un gran amor que te consuele, que te abrace, que te quiera que te transporte al mundo del amor real de pareja, y un amor cálido, de alguien que te quiera con afecto del bueno más no con un amor de mujer, como si fuera una madre... para que descanses en ella y seque tus lágrimas cuando el camino se torne difícil.

Te deseo el sol, radiante y que cada día brille para ti. Te deseo melodías que calmen tu espíritu y la magnífica oportunidad de maravillarte de las cosas que ves y que aún te falta vivir.

Una madre nunca olvida un hijo, ni un solo día.

Yo, desde la distancia, hijo querido, te abrazo cada día en un pensamiento. Cuando la soledad te ataque, cierra los ojos y piensa en mí que con la misma intensidad yo te escucharé y sabré que me necesitas. Una oración de cada día te ampara y todo mi amor te bendice.

Dicen que los hijos son prestados,
que son de la vida... ¡Cuánta verdad!

Sólo...
sólo que yo
no puedo aún desprenderme
y decirte...
"¡Vive, camina solo hijo!"

Te amo, hijo mío.





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