sábado, 22 de marzo de 2014

LOS APEGOS


Soltar, dejar ir, desprenderse de los apegos
En otoño los árboles se tornan de colores rojizos y día a día van perdiendo sus hojas, que van rodando por las calles. También nosotros, seres en proceso de crecimiento, es tiempo de soltar y dejar caer. Tiempo de desnudarse, como se desnudan los árboles en otoño, y desprenderse de lo que nos sobra, como las hojas que fluyen en la corriente de un rio.
Es momento para la renovación, de ir hacia la esencia, de dejar morir y abandonar todo lo que nos pesa, ata y limita.
De soltar aquello que nos impide fluir con la Vida: los apegos.

Cabe preguntarnos: ¿A que estoy apegado? ¿De qué necesito desprenderme? La imagen es soltar, dejar de retener, abrir la mano y dejar ir. Desprendernos de objetos materiales que puedan servir a otros.
Dejar de aferrarnos a relaciones insanas, dependientes y dañinas. Soltar nuestro apego a la tristeza, al vicio, a la melancolía. Soltar viejas creencias y resistencias. Soltar ideas locas, esas fijaciones cognitivas que arrastramos desde la infancia. Soltar y dejar atrás el peso de los condicionamientos de las relaciones con nuestros padres en la infancia.

Atreverse a hacer algo nuevo, dar rienda suelta a algunas emociones, por ejemplo el enfado. Algunas personas no se atreven a enfadarse por miedo a ser abandonadas y luego reaccionan desde una agresividad pasiva.
Aprovecho para reivindicar el valor de la protesta como paso previo a la aceptación, la protesta como sana autoafirmación de la propia existencia y signo de una buena autoestima.

Soltar culpas, resentimientos y rencores. Perdonarse y perdonar. Soltar miedos, esquemas mentales, rutinas, vicios y malos hábitos. Ejercitar el desapego. Atrevernos a ser libres, atrevernos a Ser, caminar ligeros de equipaje, como El Loco, del arcano del Tarot. Perder el miedo a perder.

Verdaderamente, la práctica del desapego nos conduce a la libertad interior.

Son muchas las capas que hay que ir abandonando para llegar a la esencia. El camino requiere soltar lastre, ir despojándose de condicionamientos, creencias y limitaciones, vislumbrar ese lugar de quietud en nuestro interior y quedarse a vivir en él.
Hace unos días tuve un bonito sueño: me encuentro que mi casa (que no es mi casa real) ha sido asaltada, pisada, revuelta. La miro y no doy crédito, sorprendido me pregunto: “¿cómo he permitido que esto sucediera?” De pronto me toco el corazón y me digo: “mi corazón no puede ser destruido, este es mi verdadero hogar y es inalterable”. Es cierto, pase lo que pase nuestra esencia está intacta.
Necesitamos aprender a desprendernos de lo viejo para abrirnos a lo nuevo, sin embargo la tendencia es aferrarnos “con uñas y dientes” a lo familiar y conocido, actitud vital que termina conduciéndonos inevitablemente al sufrimiento.
Cuando tomamos conciencia de la impermanencia inherente a la Vida y la fugacidad de todos los fenómenos, de que lo único que tenemos en realidad es el ahora, empezamos a ejercitar el desprendimiento como actitud vital y aprendemos a fluir con los acontecimientos, lo que nos conduce hacia la auténtica libertad.




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